El valle de Roncal durante siglos ha basado buena parte de su economía en la ganadería. El pastoreo ha sido, y lo es todavía, uno de los oficios tradicionales.
Pero esta actividad humana tiene en el Roncal una peculiaridad que le distingue; es la trashumancia. Cada año, en el mes de septiembre, los rebaños roncaleses se desplazan hasta las Bardenas Reales, en la Ribera de Navarra. Allí pasan todo el invierno, alejados de las nieves que cubren el valle de Roncal, para regresar en el mes de mayo, cuando los pastos en el Pirineo alcanzan todo su verdor.
Las Bardenas Reales, como su nombre indica, era un terreno que pertenecía a la Corona. A lo largo de los siglos, y de la historia, diferentes localidades de Navarra han sabido hacerse merecedoras de esa gracia real que les permite utilizar esos pastos durante el invierno.
En el año 1705 esa lista de localidades y entidades congozantes quedó cerrada para siempre. Así pues, el derecho de bardenaje, es decir, de entrar allí con los rebaños, afecta a 19 localidades de la Ribera de Navarra, al Monasterio de la Oliva, y a los valles pirenaicos de Salazar y de Roncal.
Precisamente, la primera entidad navarra en disfrutar de este derecho es el valle de Roncal, a quien por méritos de guerra le fue concedido este derecho en el año 882.
Para el desplazamiento de los rebaños roncaleses hasta las Bardenas Reales se habilitó entonces –y hoy sigue plenamente vigente- un ancho camino de 131 kilómetros que une, de norte a sur, los pastos pirenaicos roncaleses con los páramos bardeneros, concretamente desde el valle de Belagua, en las inmediaciones de la ermita de Arrako, hasta el valle del Ebro, en el límite de la localidad aragonesa de Tauste.